lunes, 12 de marzo de 2012

Vida

El Sr. Hernández estaba recostado sobre su cama, casi inmóvil, su esposa permanecía a su lado como las ultimas semanas, solo se había ausentado unos segundos para llamar a sus tres hijos. Clara, su cuarta hija, estaba casada con un banquero de la ciudad. En poco menos de una hora llegaría el tren, que la dejaría a no menos de tres kilómetros de la casa de sus padres.
Pedro y Eduardo entraron en la habitación de su padre, sacándose el sombrero y quedándose junto a la puerta.
--- ¿dónde está  Matías ?--- pregunto el Sr. Hernández con un tono fuerte, aunque era evidente que debía hacer un gran esfuerzo para mantener la vos.
--- tranquilo, fue a la estación de tren a buscar a Clara, en unos momentos deberían estar acá.---. Contesto su esposa.
Fue entonces cuando escucho el coche y el relinchar de los caballos, Clara y Matías ya estaban allí.
--- ¿No besaras a tu padre? dijo extendiendo sus brazos hacia su hija. Ella se había quedado paralizada en la puerta, nunca vio a su padre en el estado que se encontraba, trato de disimular su tristeza, sonrió y corrió a su abrazo.
--- Doctor, quisiera estar a solas un momento con mi familia--- dijo el Sr. Hernández.
El doctor hizo un gesto con la cabeza aceptando las peticiones del moribundo, y se retiro al porche de la casa. --- Estaré afuera--- le susurró a la señora Hernández antes de salir.
Todos conocían lo ocurrido, Clara la única que desconocía los hechos, fue puesta al tanto mientras recorrían el trayecto de la estación de tren hasta la casa.
El Sr. Hernández odiaba a su vecino, el Sr. Gómez, siempre existieron peleas entre ellos, pero los últimos meses sé incrementaron debido a que los terrenos de del Sr. Hernández eran frecuentemente violados por el ganado de Gómez.
--- Sí vuelvo a ver a tu ganado en mis tierras, me veré obligado a usar mi escopeta!!--- había advertido varias veces al Sr. Hernández.
Pero su viejo vecino hizo caso omiso de las amenazas, en realidad esto había ocurrido siempre, las cosas cambiaron cuando la  hija menor de Gómez quedo embarazada, y nada menos que de Pedro, el menor de los muchachos del Sr. Hernández. Esta noticia lo enloqueció y gracias a la intervención de su esposa no había cometido una locura. Pedro fue castigado, y por supuesto, tenía totalmente prohibido ver a la hija del Sr. Gómez. El verdadero problema comenzó la semana anterior, cuando el señor Gómez golpeo a la puerta y exigió que Pedro se casara con su hija, pues el embarazo estaba muy avanzado y el niño debía llevar un apellido. Esto enloquecía al señor Hernández, pues algún día parte de sus tierras pertenecerían a su odiado vecino.
Esa tarde la hija de Gómez ya llevaba el apellido Hernández ya que su padre había concurrido acompañado, a la casa de los Hernández con el Comisario, un abogado y el sacerdote del pueblo.
Entonces fue cuando el pobre viejo salió a los tiros, no se sabe bien que quiso hacer, pero después de matar algunas ovejas de Gómez, uno de sus perros saltaron sobre él y se auto disparo. La herida fue demasiado grande como para que resistiera tanto tiempo, aunque el Señor Hernández era un hombre fuerte.
Ya solo con sus hijos, el moribundo, se despidió de todos, salvo de Pedro, a quien le dijo que había arruinado a la familia y que su hijo seria una maldición para todos. Luego cerró los ojos y no volvió a hablar.

No supo cuanto tiempo estuvo así en una especie de limbo, meses, tal vez años, entonces algo lo obligo a abrir los ojos pero no vio mucho ya que una fuerte luz le molestaba dejándolo prácticamente ciego, todo era un resplandor blanco. Luego le pareció ver a alguien con túnicas blancas que lo tomaba y lo sacaba de donde estaba, cerró los ojos porque no soportaba aquella luz y fue cuando escucho a un hombre decir --- La felicito Señora Hernández, es una niña!!--- y ya no recordó más.

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