viernes, 16 de diciembre de 2011

Primer Capítulo del libro

Las Semillas de Oro

El libro de Ilex

La noticia esperada



El sol no lograba atravesar las espesas nubes negras que cubrían el extenso valle de Dorsian, la tarde calurosa obligo a los viajeros a refrescarse a orillas del Río Rocoso.
Ilex cargo los odres con agua fresca, bebió un trago y se sentó en un tocón cerca de la orilla. Saco de la mochila un libro que estaba forrado con una especie de pelaje que empezó a cambiar de colores apenas lo tomó. El libro de Ilex era el más antiguo libro de los Kenos, y lo había heredado de su padre uno de los primeros Kenos conocidos. Lo abrió donde marcaba la cinta de color rojo y continúo el relato que había abandonado la noche anterior. Debía escribir todo lo acontecido rápidamente, las últimas noticias eran demasiado importantes como para pasarlas de alto. De repente dejó de escribir y sin moverse trato de escuchar los sonidos de la naturaleza, algo andaba mal, una bandada de pájaros voló de repente entonces Ilex lo supo.


---¡¡¡ Corran!!! El enemigo esta entre nosotros--- gritó el Keno, guardó rápidamente el libro y empezó a correr sin esperar a sus compañeros, su misión era más importante.
Una tropa de los Guardianes de Unsork apareció de sorpresa entre la maleza que bordeaba el bosque, otros montados a caballo y acompañados de unos cuantos lobos salieron al ataque desde el bosque. Los seis compañeros de Ilex tomaron las armas y los enfrentaron, sabían que antes de morir debían darle tiempo al Keno.
--- ¡¡¡Sigan al Keno!!! --- ordeno el jefe de los enemigos y unos tres hombres fueron al asecho seguido de otros tres lobos. Pero rápidamente se desorientaron al perder de vista al Keno que se interno en el bosque, Ilex tenía la cualidad, como casi toda su especie, de mimetizarse con la naturaleza que lo rodeaba, así fue cambiando de color y adaptándose según árbol, planta, flor, roca que cruzaba en la huída. Esta cualidad le daba un poco de invisibilidad pero no del toda, los lobos aun podían olerlo y los jinetes siguieron el rastro que dejaba tras él.
Trepo ágilmente en un árbol, su mediana estatura y su liviano peso lo hacían hábil para trepar en aquellos árboles de extensas ramas. Fue saltando lo más que pudo de rama en rama tratando de avanzar, debía encontrar un lugar donde esconderse. Subió hasta la copa del árbol para divisar mejor el panorama, había que pensar rápido no quedaba mucho tiempo, vio a los soldados perdidos tratando de seguir su pista guiados por los lobos, entonces no muy lejos de él encontró lo que buscaba, una roca no muy común en un bosque.
Se dirigió lo más rápido que pudo avanzando por las ramas, su mochila y ropa iban adaptándose también al color que él tomaba, ya que estaban tejidas con pelo de Keno. Procuro ser más cuidadoso, algunas ramas rotas llamaron la atención de los soldados que retomaron la persecución o por lo menos el rumbo. Llego a la roca y con alegría descubrió lo que esperaba, al correrla debajo se extendía un túnel, los Atarku, más conocidos como los Túneles de Tinkal en honor al rey que los creo, eran una serie de cuevas unidas entre sí que ayudaron a los guerreros Chil-las en su guerra contra los orcos, aunque estaban en desuso aún eran muy útiles para salir de apuros como era el caso de Ilex, eran extremadamente difíciles de encontrar pero el Keno podía reconocerlos fácilmente. Sin dudar empujo la piedra, al tocarla ya había tomado el color de ésta, de repente pareció que la piedra se partía en dos y una mitad desaparecía, era Ilex que logro introducirse al túnel. Volvió a poner la piedra en su lugar y a ciegas avanzo unos metros, entraba casi parado así que tanteando las paredes podía guiarse. Se sentó, hurgó en la mochila buscando el libro y sacó una especie de varita grande y ancha como una vela de color azul, la raspo contra el piso una sola vez y basto para que encendiera. Una luz Azul tenue y alta se posaba sobre ella, pero para asombro de Ilex no desprendía humo alguno y sonrío levemente recordando a su amigo el mago Faramal.
Abrió el libro donde marcaba la pluma, la tomo y comenzó a escribir lo más rápido que pudo, era vital dejar asentada la información que habían conseguido el día anterior, cuando terminó cerró en libro y lo enterró, enseguida tomo el color de la tierra volviéndose invisible para cualquier ojo. Con la pluma en la mano hizo una marca sobre el lugar que desapareció al instante, después clavo la pluma en la tierra y con la vara de luz la incendió, esta se hizo cenizas en segundos y ya sin más que hacer Ilex emprendió la huída tratando de alejarse todo lo que podría, era esencial que el libro no sea encontrado para que los próximos viajeros encuentren esperanza en sus paginas.
Se internó en el túnel, los cascos de los caballos retumbaban sobre él y apuro el paso, se encontró con varios caminos y siguiendo su instinto tomó las bifurcaciones que sus pies le dictaban. De repente el camino se dividía en dos, uno era más pequeño, así que prefirió tomar el más grande donde podría ir más rápido, entonces una espada delante de él, y obstaculizando el camino elegido, atravesó la tierra hiriéndolo en el hombro. Ilex se hecho atrás y quedo tendido en el suelo, mas espadas comenzaron a hundirse en la tierra, habían dado con él y ya no podría librarse, tampoco quería volver ya que corría el riesgo que encontraran el libro, tomó fuerzas y se interno en el túnel mas pequeño.
Un jadeo con sed de sangre retumbo en la cueva, tres lobos penetraron en las Atarku y seguían su rastro de sangre, no tardaron en dar con el Keno que se encontraba acorralado al final del túnel.
Ilex estaba allí, petrificado, mirando fijo a los lobos con ojos penetrantes, pero que a la vez resplandecían con una paz que paralizo a los lobos. Fue entonces cuando la vara de luz se apagó y la oscuridad lo cubrió para siempre.

A muchos kilómetros de Dorsian, parado junto al más poderoso de todos los árboles, se encontraba el mago Faramal, una semilla dorada, un poco más grande que un huevo, cayó del árbol. El mago la tomó y una lágrima azulada le recorrió su larga barba que parecía tener el mismo color. Una noticia esperada, la novena compañía había fracasado.